
Tras dos años de su última visita, el ícono del metal neoclásico Yngwie Malmsteen emprendió nuevamente un tour sudamericano. Que lo trajo nuevamente al Teatro de Flores, del mismo modo que en 2013 y 2007. Afortunadamente aquella noche en la que el guitarrista recibió un zapatazo por parte de algún inadaptado entre el público quedó en el pasado, sin rencores. Los encargados de abrir la fecha desde temprano estuvieron los locales Walter Berterame y Ruinas.
El show comenzó un tanto antes de lo esperado, cuando aún faltaba para las nueve de la noche y probablemente aún seguía arribando gente a un Teatro que nunca rebosó de gente, si bien la concurrencia fue buena. Desde los primeros temas como el clásico “Rising force” (encontrado en Oddysey de 1988) y otras más recientes como “Spellbound” (tema que da nombre al disco de 2012) y “Razor Eater” (DeAttack! 2002) ya tuvimos la pauta de cómo sería el show: un gran despliegue escénico y de virtuosismo por parte del guitarrista sueco. Con una enorme pared de Marshalls detrás, hacía de las suyas de modo inquieto a lo largo y ancho del 75% del escenario. En una esquina del mismo se congregaba el resto de la banda que acompañaba a Malmsteen: Ralph Ciavolino en bajo, Patrick Johansson en batería y Nick Marino en teclado y voz, cumpliendo muy satisfactoriamente con su actuación. Una cuestión que personalmente me desagradó era el humo, el excesivo humo que en más de un momento no permitía visibilizar el escenario de forma nítida.
“Olé olé, gordo, gordo” vociferaba gran parte de la audiencia en ovación al guitarrista que, además de ejecutar mil notas por minuto, se mueve sin cesar por todo el escenario, arrojando púas al público y malabareando con su instrumento. En lo que fue una lista muy similar a la del 2013, prosiguió con las enganchadas “Overture/From a thousand cuts/Arpegios from hell”, mostrando todo su talento en su máximo esplendor. Tomando la acústica por primera vez, llegó “Seventh sign” de su disco de 1994, muy coreado y festejado por los presentes. Otro gran momento de la noche fue con la sucesión de “Badinere/Adagio/Far Beyond The Sun”, con extensos solos de carácter épico y homenajeando a Bach y Paganini con las dos primeras secciones. Nuevamente con la acústica sonó “Dreaming”, del álbum Oddysey, sin dudas uno de sus discos más clásicos. Otro medley más ejecutado estuvo compuesto por “Into Valhalla / Baroquen’ Roll / Masquerade”, a cuyo término el sueco no dudó en arrojar su stratocaster por los aires hacia su asistente.
Luego de la suite “Trilogy” siguió la blusera “Magic city” (de Perpetual Flame, 2008) con Malmsteen en las voces. Tampoco podía faltar “Fugue”, pieza de su concierto para guitarra eléctrica y orquesta de 1998, en lo que es una excelente fusión con la música clásica, que finalizó con el sueco arrancando las cuerdas de su guitarra. Luego de un solo de batería, fue el turno de la muy festejada “Heaven tonigiht”, seguida de otro de sus temas más reconocidos de primer disco como es “Black star”. Finalmente tras una hora y media de show se despide con “I’ll see the light tonight” de su segundo disco Marching out (1985), a cuyo término revoleó su guitarra por los aires una y otra vez hasta romperla. Polémico pero impactante. En conclusión, la noche fue una gran demostración de técnica, habilidad y virtuosismo de parte del amo de las seis cuerdas, quien se llevó todas las miradas y aplausos.
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Cobertura: Sebastián De la Sierra
Fotografías: Pablo Gandara
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