(SIC)OSIS COLECTIVA – Knotfest – Ciudad del Rock (26/10/2024)

Todo comenzó en 1999. Yo era un niño de 11 años fan del heavy metal. Ya conocía a Maiden, Sabbath, Megadeth y Metallica (mi padre los vió a todos en sus primeras visitas a Argentina a mediados de los años 90). En ese momento prestaba mis ojos y oídos a lo más excitante del momento: Korn, Limp Bizkit, Marilyn Manson, etc. En este contexto, y con el mundo musical por descubrir, se cruza por mi pantalla el video de «Spit It Out», de unos locos de mierda enmascarados, llamados Slipknot. A partir de ese momento ser seguidor de su carrera no fue una opción sino una necesidad. Armados con sonidos fuertes, personalidades llamativas y una estética visual estrechamente conectada al cine de horror (otra de mis más tempranas debilidades), su propuesta fue difícil de eludir. Pasaron los años. En 2005 los 9 inadaptados pisaron por primera vez suelo argentino y debido a mi corta edad no pude asistir. Pasaron los años, la banda fue evolucionando, mi gusto musical y apreciación por el arte en general también. En su siguiente visita, en 2015, por una u otra razón decidí no ir. 2022, primer Roadshow Knotfest en Argentina, tampoco pude ir. Llegó 2024 y la oportunidad de verlos en vivo por fin había llegado y encima de todo como cronista, una doble satisfacción. La emoción era grande, un importantísimo capítulo en mi relación con Slipknot y su arte infernal por fin iba a tener lugar.

Un hermoso día de primavera se prestaba para que las hordas de remeras negras invadieran las calles de Villa Soldati. La procesión del metal se abría paso por el barrio porteño mientras las latas de cerveza circulaban bajo el rayo del sol. Luego de recorrer los distintos tramos que llevan al ingreso al predio, Ciudad del Rock nos recibe con distintos sectores de todo tipo. Variados puestos gastronómicos, puntos de hidratación, el tan necesario sector de baños químicos, áreas de descanso y la imponente carpa museo de Slipknot. De lo más concurrido fue el puesto de merchandising oficial de las bandas con amplia variedad de productos. Se podían comprar muchos modelos distintos de remeras, gorras, posters y vasos. Como punto central obviamente estaba el escenario, una estructura impresionante que de frente tenía las distintas atracciones extintas del ex-parque de diversiones. ¿Qué mejor marco para que tenga lugar el carnaval metálico de Slipknot? Lo cual me lleva a pensar en el costado más circense del heavy metal, como género y movimiento, como espectáculo y paisaje visual. Desde Arthur Brown a Ghost, pasando por Rammstein y Mayhem, los gimmicks y agregados visuales son una gran parte de los shows de rock y metal. No es casualidad que las bandas convocadas para el line-up tengan una propuesta performática y escénica marcada, lo cuál aumenta esa sensación carnavalesca del festival. La expectativa por cada presentación era alta.

Mientras la gente seguía ingresando, a eso de las 14:30, fue momento de presenciar el show de Nvlo. La banda argentina con su deathcore directo y contundente dió un show sólido que gustó a propios y extraños. Pasaron temas como «Los Frutos de la Antipatía», «Templanza», «Bastardos En Pena» y «Demonopatía», todos excelsamente interpretados, destacándose especialmente, como siempre, el trabajo del batero Ulises Ochova (también brilló recientemente como músico en vivo de Fabio Lione). Cerraron su set con «Claridad», tema que abre su más reciente trabajo discográfico, Eclosión(2023), dejando más de un hueso roto a fuerza de breakdowns y huevos.

De la mano de «El Ojo del Huracán» comenzó su acto Arde La Sangre. Con un sonido perfecto, los comandados por la leyenda Marcelo «Corvata» Corbalán dieron cátedra musical contando con el apoyo del público. Variando entre la agresión y la melodía, regalaron temazos como «Aguantar»(y su genial estribillo), «OBDC» y «Rebelión» (Brevemente interrumpida para que asistieran a una persona del campo). «Industria Asesina» apareció para subir el volumen una vez más y «Fuego del cielo» cerró el show demostrando el excelente momento que está pasando la banda:- un muy saludable nivel.

En algún momento de 2016/2017 llegó a mis ojos un videoclip de BABYMETAL. La banda se presentaba como una especie de metal kawaii, una mezcla entre lo accesible del j-pop y la dureza musical que tiene el metal. No me convencía mucho, a pesar de siempre haberme considerado un ávido consumidor de cultura japonesa, había algo que no cerraba nada. ¿Falso Metal? ¿Estoy muy viejo para este tipo de producto artístico? ¿Se le ven los hilos? No me volví loco por buscar la respuesta y seguí mi camino. A eso de las 16:40 llegó la hora de ser testigo de la experiencia BABYMETAL. Con una épica intro recitada como telón sonoro, los músicos (alias «kamiband») demostraron un excelso nivel interpretativo, a la vez que preparaban el terreno para recibir a las idols, de la mano de «BABYMETAL DEATH». La gente estuvo enchufada desde el primer segundo. Yo quedé sorprendido por lo entretenido de la propuesta. Canción a canción lo fui confirmando cada vez más: BABYMETAL es para ver en vivo. Su fórmula varía entre el death/speed/metalcore y el heavy clásico según lo pide la canción, mientras las voz de Su-metal canta los más chiclosos estribillos, acompañada por las coristas Moametal y Momometal. Párrafo aparte para las coreografías y distintos tipos de arenga del trío, canalizaron la atención del público el 99% del tiempo, guiándonos a través del setlist, una suerte de paquitas del metal. Mi escepticismo se había casi esfumado para ser reemplazado por un disfrute despojado de prejuicios. Pasaron momentazos de la mano de «PA PA YA!!», «METALI!!», «Megitsune» (festejadísimo) y «KARATE» (mi favorita). El combo nipón siguió con hits como «RATATATA», «Gimme Chocolate!!» y cerraron su debut en nuestro país con la antémica «Road Of Resistance». Tras los aplausos generalizados la conclusión fue clara: a veces los heavies solo quieren divertirse.

Habiendo concluido con mi parada técnica por el puesto de hidratación y los baños, me acerqué al escenario nuevamente para ver qué onda con Meshuggah. Lo de los suecos nunca fue algo que me atrajera demasiado, el djent que supieron crear y su estirpe de metal progresivo no es lo que más consumo, pero es una banda con trayectoria. Verlos en vivo iba a ser, cuando menos, interesante. Bajo un amenazante sol, los oriundos de Umeå destrozaron el silencio de la mano de «Broken Cog» y su casi ritmo tribal. El mosh entre sus más acérrimos se volvió moneda corriente al son de «Rational Gaze», «Kaleidoscope» y «Born In Dissonance» (el track más destacado para un servidor), entre otras. Con una puesta en escena sobria (apenas un bellísimo telón), el sonido fue aplastante. La performance de la banda se constituyó como una quirúrgica máquina de triturar, fría e implacable. La voz del pelado Jens Kidman en lugar de brindar calma acrecentaba el sentimiento opresivo, escupiendo sentencias casi dictatoriales, inquebrantebles, entre los ritmos sincopados y esquizofrénicos a los que solos disonantes de Fredrik Thordendal solo sumaron desolación. Uno de los puntos más destacados fue el clásico «Future Breed Machine», seguido por su mayor «hit», si es que aplica el término, «Bleed» y su enfermo, pero instantáneamente reconocible riff. Después de semejante performance quedaba preguntarme si me había convertido en su fan. Yo creo que por ahora no, y está bien, gustos son gustos, pero el respeto que tengo por Meshuggah está justificadísimo.

La noche estaba entre nosotros y era momento de ver a Amon Amarth. Mi relación con los suecos pasó por todos los extremos, los conocí en 2009 a través de internet; justo la misma semana de su primer show en suelo argentino. Lamentablemente no pude asistir, pero me hice con una copia del mega clásico With Oden On Our Side (2006), al día de hoy mi álbum predilecto de los vikingos. Pasaron los años y poco a poco le fui perdiendo el rastro a su música, sin dejar de ponderar aquellos discos de «mi época», claro está. Al ver las dos gigantes estatuas de guerreros nórdicos custodiando el escenario no pude evitar tener expectativas positivas ante el concierto de los suecos. Tras una breve, pero climática intro, Johan Hegg y los suyos rompieron todo con «Guardians of Asgaard»: ya me habían comprado y solo íbamos por el primer número del repertorio. Ese hermoso estribillo mantuvo mi puño en alto y mi garganta en sincronía con su poesía. «Raven’s Flight» subió la apuesta y «The Pursuit of Vikings» volvió a tocar mi corazón metálico, ese viejo clásico que tantas veces entoné entre amigos y cervezas. La gente en general estaba igual o más entregada que yo. El estilo de metal de los escandinavos pega certeramente en un punto clave de gran parte de los recitales del género: melodías coreables, estribillos multitudinarios y secciones pensadas para el mosh. Cada canción tuvo su particularidad, pero el más llamativo para los que no conocían al grupo fue «Put Your Back Into The Oar», donde los jevis se sentaron en el suelo para simular el remo de un barco vikingo, hecho que confirma que el heavy metal sin su grado de ridiculez no sería tal. Tras el divertido momento la lista siguió con «The Way of Vikings», «First Kill» y «Shield Wall», a las que se sumo la gran «Raise Your Horns» con Hegg brindando por esta comunión metálica. El final llegó con la dupla asesina de «Crack The Sky» y «Twilight of the Thunder God» (martillo de Thor incluido), dejando una marea de fans felices y deseosos de verlos nuevamente, me incluyo. Amon Amarth fue una fiesta. Necesitamos verlos de nuevo pronto.

Las luces se apagaron y la ansiedad por ver a los del mameluco era altísima. Tras «Dreamweaver» de Gary Wright a modo de antesala, la intro «742617000027» se robó los primeros gritos de euforia del respetable. Sin demorar mucho, el estallido propiamente dicho se dió con una violentísima versión de «(Sic)», desatando un ida y vuelta energético entre enmascarados arriba y abajo del escenario. Los recuerdos de temprana secundaria leyendo la letra del booklet invadían mi cabeza sin poder dejar de cantar. Sid Wilson prendió fuego el escenario con sus habilidades de DJ anunciando el comienzo de esa bomba que es «Eyeless», desatando los pogos más violentos que ví en mucho tiempo. Como si fuera poco Corey Taylor anuncia pícaramente «Wait And Bleed» y el predio se vino abajo. ¿Cuántas adolescencias estaban teniendo su momento de liberación con su melodía? ¿Cuántas veces Slipknot nos bancó con su música? Siguieron «Get This» y «Eeyore», confirmando lo que había anunciado Taylor: «Esta noches 1999 para ti Argentina», tocarían el álbum homónimo en su totalidad. El show continuó mientras me puse a prestarle atención a cada integrante. Wilson es un show en sí mismo, no para de arengar y sumar sonoridades desde su mesa. Karnowski se encarga de distintos sonidos adicionales y se limita solo a eso, parado como una gárgola a la izquierda de la batería. Venturella toca el bajo desde las penumbras sin dejar de moverse en cada canción, cumple su rol de forma más que correcta. Los violeros Jim Root y Mick Thomson son dos instituciones en sí misma, su mera presencia y calidad musical generan un respeto innegable, son los arquitectos de los riffs retorcidos que sostienen cada composición. Tortilla Man y el siempre polémico payaso Shawn Crahan no solo aporrean con vehemencia sus clásicos instrumentos de percusión sino que también merodean por todo el escenario, sumando coros cuando la canción lo pide. Eloy Casagrande tras los parches es un espectáculo aparte, la habilidad del brasilero es realmente sorprendente y un placer de ver. Por último Taylor es Taylor, el anfitrión del circo, él presenta las proezas, preside los actos y maneja a su gusto a la chusma palurda ávida de experiencias extremas. Sin él Slipknot no hubiera llegado a donde está, cumple su rol categóricamente. Avanzaba la lista y se destacaban perlitas perdidas como «Liberate», «Purity» u «Only One». Hubiera matado por verlas en vivo cuando iba a séptimo grado, gracias Slipknot. La mayor porción del show había pasado y luego de una intro reventó el lugar con «Spit It Out», rabioso a más no poder, sin dudas el tema más festejado de la noche. Como para agravar el crimen sonoro, «Surfacing» fue una patada en la cara, un golpe digno de tu monstruo favorito del cine. Para cerrar la velada se despacharon con «Scissors» y un final a puro despelote sonoro, entre gongs, reverberación y gritos desgarrados. Una cacofonía lovecraftiana y adolescente. Lentamente los músicos abandonaron el escenario mientras el ruido se iba apagando poco a poco. La gente se quedó esperando que la banda volviera para tocar otros clásicos como «Left Behind» o «Psychosocial», pero no pasó. Las caras de confusión fueron varias, no todos sabían de qué iba a ir el repertorio y el desconcierto en algunos rostros era evidente. Por mi parte había pasado una noche antológica.

Ciudad del Rock iba paulatinamente despidiendo al público y varios recuerdos venían a mi cabeza. Los cassettes grabados intercambiados con compañeros de escuela. Los VHS en los que grabábamos los videos de MTV con mis primos. El escuchar el histórico bootleg «Live Rare Kill Repeat» que me habían prestado. La revista española Rock Sound que traía un CD con un tema nuevo de los locos de Iowa. Mi primera mochila «de bandas». La muerte de Paul Gray. La muerte de Joey Jordison. La gente que conocí a través de su música y mil cosas más. La deuda con Slipknot finalmente estaba saldada. Solo espero que vuelvan dentro de unos años y podamos cantar otro de sus discos clásicos en su totalidad. Hasta entonces, Slipknot seguirá siendo esa compañía, refugio y familia, para mí y para tantos otros.

Por Boris Bargas




· Volver




















logos_apoyo