
La decimocuarta visita de Angra a nuestro país se perfilaba como un evento imperdible para sus más acérrimos fanáticos. El grupo paulista prometía interpretar en su totalidad uno de sus discos más celebrados, Temple of Shadows (2006), por lo tanto no sería un concierto más. La expectativa era grande y se notaba en el aire de ese viernes en El Teatro de Flores. Metaleros y metaleras de todas las edades (varies niñes entre el público) aguardaban a los brasileños con buena predisposición.
La gente seguía ingresando progresivamente al recinto y, tras el breve setlist de los oriundos de Hurlingham, Habemus Mortem, llegaba el momento de presenciar el show de los legendarios Azeroth. A pesar de algunos desperfectos en el sonido (la típica bola de ruido…) lograron captar la atención de los presentes a pura melodía y doble bombo. Temas como «Randall Flagg», «Y sus máscaras caerán» y «Urd» formaron parte del arsenal de la banda argentina, mientras unas cuestionables imágenes digitales pasaban por la pantalla. Cerraron con «Más allá del caos» y «Senderos del destino», ganándose los aplausos pertinentes, cumpliendo con la tarea de mantener la llama viva hasta el momento del plato fuerte.
Un puñado de minutos después de las 21 se fueron apagando las luces una a una y finalmente se abrió el telón. «Faithless Sanctuary» y su amazónica intro fueron el puntapié inicial de los cariocas. Haciendo gala de su excelente voz, Fabio Lione brilló en una excitante versión de «Acid Rain». Siguieron con las dos partes de «Tide of Changes» y pude confirmar lo que pensaba desde el primer segundo: Bruno Valverde es un intérprete soberbio. Su manera de tocar la batería lo acerca a la perfección, cada golpe es técnicamente preciso, pero sin perder el groove y el disfrute de tocar en vivo. Se anima a los ritmos complejos de Aquiles Priester sin despeinarse y realza los propios con suma soltura y calidad, como si de mascar chiclese tratara. No es casualidad que Smith/Kotzen confíen en su labor tras los parches.
«Deus Le Volt!»(latín para «Dios lo quiere») interrumpió mis pensamientos para luego prenderlos fuego con «Spread Your Fire». El frenesí fue total. El sombrerudo de Rafael Bittencourt se sacaba chispas con el asombroso Marcelo Barbosa con esos riffs a la velocidad de la luz y los correspondientes solos en llamas. Y la gente clamó por Angra a viva voz. Como era de esperarse lo que siguió fue «Angels and Demons» y su canto de ángeles, seguida por «Waiting Silence», una de las más coreadas de la noche. Sublime versión. «Wishing Well» apareció para bajar un poco los decibeles y sumar variedad al rico abanico de climas del disco. Pero la calma dió lugar a la tormenta con una furiosa versión de «The Temple of Hate», otra de las gemas absolutas del álbum homenajeado. Lione volvió a lucirse, haciendo suyas las melodias vocales de Falaschi y Hansen, apoyado por la voz de Bittencourt. Párrafo aparte para el manejo de platos de Valverde, una demencia. «The Shadow Hunter» redobló la apuesta con sus bellísimas guitarras acústicas y toda la epicidad que el progpower puede dar. La hermosa y agridulce «No Pain for the Dead» dió un pequeño respiro para que «Winds of Destination» se lleve puesto a todo el mundo. «Sprouts of Time» fue donde el bajo de Felipe Andreoli más se destacó. Excelsas versiones de «Morning Star» y «Late Redemption» cerraron el segmento (tal vez un poco tedioso honestamente) correspondiente a Temple of Shadows. Una refrescante «Rebirth», del disco (discazo) homónimo de 2001 fue todo lo que necesitábamos para recordar que estábamos en un recital de heavy metal. El tema en cuestión fue de lo más festejado aquella noche. Las ganas de más se habían reavivado pero los músicos se retiraron del escenario antes que alguien pudiera reclamar algo. Obviamente volvieron a los pocos instantes, junto con la cinta de «Unfinished Allegro» se inauguraban los bises. Lógicamente tocaron «Carry On» que sin llegar al final se convirtió en la esperadísima «Nova Era», causando una euforia sin precedentes. El show había llegado a su inevitable final.
Sonaba «Gate XIII» y entre púas, palillos y demás ofrendas al respetable, el vitoreo se hizo eterno e inmortal. Al haber presenciado semejante demostración de calidad técnica, interpretativa, compositiva y escénica, es difícil tener una mirada objetiva sobre lo acontecido. El nivel musical de las composiciones está fuera de discusión, pero es notable el altísimo nivel de los músicos para llevar a cabo un setlist así de complejo sin perder nunca la calidad, el sentimiento y la actitud. Nunca me voy a cansar de defender al tano Lione. Lo del tipo es increíble, nunca falla. Pero no fue el único. Todos los músicos dieron lo mejor, realmente admirables. Más allá de ínfimos detalles que ni valen la pena nombrar, el show fue perfecto. Como si Dios lo hubiera querido…
Por Boris Bargas