
No estaba teniendo una gran semana. Las cuestiones de la vida adulta no me sonreían del todo y no encontraba consuelo. No lograba salirme de la situación que me aquejaba, pero al menos estaba la ilusión de poder asistir al concierto de Paradise Lost, una de las bandas que más aprecio. Su música siempre fue buena compañía en momentos duros (y en los buenos también). Verlos en vivo una vez más representaba una pequeña esperanza en un pasaje gris de la existencia. Poder cantar a viva voz algunos de sus clásicos siempre fue una caricia al alma. Un jueves de mayo me apersoné en la puerta del Teatrito. Entre cervezas y amigos esperé hasta que se hiciera la hora de ingresar.
Una creciente concurrencia de metaleros recibió con bastante respeto a Spiritual Rebel. Nunca había escuchado a la banda, así que no sabía qué esperar concretamente. Desplegaron su versión de stoner / groove metal recordándome a Black Label Society, Metallica y tal vez Danzig. Si bien no me convencieron del todo, debo reconocer que hubo tramos arrastrados de sus canciones que me resultaron irresistibles. Destaco también el hecho de enfocar sus líricas hacia un costado autóctono y nacional, eso siempre hay que valorarlo. Tras aplausos y las fotos de rigor se despidieron de las tablas.
Luego de una intro instrumental, los ingleses rompieron todo de la mano de «Enchantment» y el primer detalle que me hizo ruido se hizo presente: la puesta en escena más allá de escueta (tampoco le vamos a pedir un Eddie), me resultó sumamente mezquina. Las luces mayormente frías, entre azules y violetas, no hacían más que alejar a una banda de por sí distante. Por suerte, la contundencia de temazos como «Pity The Sadness» o «Faith Divides Us – Death Unites Us» derivaba en saltos, pogo y empujones que se entrelazaban con el entonar esas aplastantes letras, desembocando en una suerte de vista gorda sobre el detalle escénico. Pero en momentos menos populares como «One Second» o «The Devil Embraced», se hacía cada vez más evidente para mí la falta de cercanía no solo con el público, sino también entre los músicos. Nadie espera que bailen, pero en definitiva estamos celebrando su obra, su música. No dejaba de llamarme la atención. Hubo también algunos desperfectos sonoros, sobre todo en el comienzo, con la mezcla de los intrumentos un poco deficiente, dejando a la voz de Nick Holmes demasiado atrás. Así se diluyó el comienzo de «Forsaken», por ejemplo.
Yendo estrictamente a lo más destacable, sorprendió la inclusión de un temazo tan maldito como oscuro, «Eternal», que despertó las pasiones más desmedidas y el tribunero coreo de las gélidas melodías del gran Gregor Mackintosh. «The Enemy» fue otro bombazo de lo más festejado por el respetable, esta vez con un Holmes un poquito más demostrativo. Encima le pegaron «As I Die» y en el piso fue todo éxtasis. «The Last Time» arremetió con fuerzas, pero se presentó en mí la sensación de que todo iba demasiado rápido. Mentalmente contaba nueve canciones aproximadamente. La discreta comunicación de los góticos de Halifax tal vez exacerbó esta apreciación. Repentinamente estábamos saltando y cantando al son de «Say Just Words» y un segundo después la banda abandonaba el escenario. Un sentimiento de inquietud se apoderó de mi lado más pesimista. A los pocos minutos volvieron (ovacionados) y tocaron «Embers Fire» (uff!) y el bailable cover de Bronski Beat, «Smalltown Boy», aumentando la euforia del respetable. Pero «Ghosts», directo de Obsidian (2020), marcó el clavo final en el ataúd de este concierto. Y sin mucho más que regalar unas púas y palillos, los ingleses se retiraban del todo.
El sabor amargo se hizo ineludible: los clásicos estuvieron, los riffs, las melodías, los coros, las emociones a flor de piel, todo eso dijo presente, pero también la apatía, la falta de conexión y la sensación de «no entregan más de lo pactado». Siento que Paradise Lost no descolló. Hicieron lo mínimo e indispensable, pero no mucho más. Que está muy bien, pero uno espera un poco más de una banda que te desgarra el alma. Y lo cierto es que es lo mismo que sentí que cuando los vi por primera vez, en un Roxy hace más de 10 años. Creo que está todo dicho. Igual me sirvió, estoy mejor.
Por Boris Bargas
PH: Cuervo Deth