
Desde el minuto cero, Hyde pidió entrega total y Buenos Aires respondió con devoción. El público, intergeneracional y encendido, desde quienes lo siguen desde L’Arc en Ciel hasta quienes llegaron por VAMPS o en su carrera solista, fue testigo de un repaso que atravesó distintas etapas de su historia. Con un anticipado foco en INSIDE (2025), se confirmó algo más grande que su último disco. Hyde sigue siendo un faro del J-rock y un puente cultural que se mantiene firme.
La previa ya respiraba expectativa con ese clima festivo que descomprime la espera. Una seguidilla de Slipknot en los parlantes avisaba que acá no se venía a estar en piloto automático. Cuando se apagaron las luces, los gritos fueron desaforados.
Hideto Takarai apareció con una estética y puesta super planificada y un carisma intacto. La banda, enmascarada, con ojos que brillaban en la penumbra del escenario, prendió la mecha entre “Let It Out” y “After Light”. Bases que empujaban, guitarras incisivas y una batería arrolladora. Más crudo, más agresivo, más metalero que en estudio. El ida y vuelta con la masa fue inmediato, era un Groove que latía al unísono.
En Buenos Aires el vínculo con Hyde tiene un condimento especial. El público argentino adoptó al J-rock con la misma pasión con la que abraza cualquier género extremo: a pura garganta, pogo y canto de cancha. No es lo mismo verlo en Japón, donde la prolijidad y el respeto suelen marcar el ritmo de los recitales; acá se canta, se grita y se agita como si cada tema fuera un clásico del heavy nacional. Esa traducción cultural convierte a canciones nacidas en otro idioma y otra tradición en patrimonio compartido.
No es casual. Para muchos, algunos de los temas que sonaron son recuerdos de fines de los ‘90 y los primeros fans de L’Arc en Ciel. Para otros, el gancho fue en VAMPS y la estética oscura de los 2000. Y la camada más joven llegó por el anime: “Attack on Titan”, “Demon Slayer” y “DNA²”. Tres generaciones que conviven en la misma sala, con cosplay, remeras viejas, pancartas y banderas argentinas que Hyde agitó con orgullo. Esa mezcla no construye únicamente una asistencia variada, sino que explica por qué este país vibra distinto: no hay barrera de idioma ni de estilo, hay un legado compartido que acá se canta a los gritos.
La teatralidad fue parte de la música: ventiladores, plataformas, humo, confeti. Pero no como adorno, todo engranaba con el sonido. Hyde no se quedó quieto un segundo, moviéndose entre las tablas, las plataformas y hasta el balcón, pistola de agua en mano, para delirio general de los fans que se encontraron, sorprendidos, tan sólo a un guardia de seguridad de distancia entre ellos y por quién se decidieron por el acceso VIP.
“Devil Side” de VAMPS provocó un estallido masivo con vinchas con cuernos levantadas y un pubícó que nunca dejó de cantar como hinchada. El homenaje a Linkin Park con “Faint” fue un mazazo que levantó hasta al más quieto. Hubo también un guiño metalero con un breve “Raining Blood” de Slayer, celebrado como corresponde. Y, para coronar, el guitarrista regaló unos compases del Himno Nacional.
No hay duda de los pilares del repertorio: “Honey” de L’Arc en Ciel se coreó como patrimonio afectivo porteño, mientras que “Mugen” de Kimetsu no Yaiba obligó a moshpits y sonrisas. No faltó el clamor sostenido por “Glamorous Sky”, demostrando que la memoria fan nunca se jubila. Y el cierre con “Sex Blood Rock N’ Roll” fue un desenfreno total: sangre, muñecos inflables, humo y el desborde que merece un recital de este calibre.
Hyde articuló un buen español gran parte de la noche y alentó los coros mientras que la formación que lo acompaña no trabajó de relleno: oficio, musicalidad y un baterista que rompió con la actitud pasiva detrás del drumset para formar parte de la performance y hacer mover al público.
Hyde no es sólo una voz más en el género, sino que es el portal por el que muchos entraron al rock japonés. Con aperturas de anime que ya son clásicas, una carrera que muta sin perder identidad y una puesta en escena implacable, su figura trasciende geografías.
Para quienes todavía lo tienen encasillado en los discos o en alguna playlist de streaming, el consejo es simple: hay que verlo en vivo. Lo que suena correcto o prolijo en estudio, en el escenario se transforma en un vendaval. La teatralidad, la cercanía con la gente y la intensidad con que cada tema se vuelve un canto colectivo no se comparan con presionar play. Aunque no conozcas su discografía completa, dejarse atravesar por esa energía es suficiente para salir convertido en creyente.
Por Sofía Alvarez
PH: @xfeedee (Cortesía Noiseground)