
Mayhem, una de las formaciones más influyentes del black metal, llegó al país con un recorrido que supera cuatro décadas y una historia atravesada por tragedias, incendios, disputas y un legado que, aún así, sigue creciendo.
Antes de iniciar el espectáculo, a pedido de la banda se proyectó en pantalla una consigna que indicaba que los espectadores no tendrían permitido tomar fotografías con flash ni filmar durante el show. Tampoco decidieron llevar banda telonera y, mientras el público se impacientaba por escuchar en vivo al bajista y miembro fundador de Mayhem, Necrobutcher, la música que sonaba generaba más intriga y suspenso sobre lo que podía llegar a acontecer esa noche.
La niebla empezó a cubrir el salón de Palermo y, a las 21.10, salieron a escena. Attila tenía la cabeza cubierta de maquillaje y unos brazaletes llenos de tachas que abrazaban sus muñecas, mientras que un poncho rojo cubría su atuendo rockero, el mismo que decidieron repetir los demás integrantes de la formación: remera total black y pantalones oscuros de cuero. Como era de esperarse, Teloch, uno de los guitarristas de la noche, también eligió maquillarse.
A los integrantes se los notaba muy en sintonía, disfrutando el momento como si el espectáculo fuera efímero y veloz. La batería, a cargo de Hellhammer, parecía estar en 1.5, lo cual hacía imperceptible distinguir los silencios entre cada golpe. Ghul, el otro gran guitarrista, estuvo plenamente concentrado lo cual agregó una cuota de prolijidad y presión al repertorio. La lista de temas estuvo muy bien seleccionada y eligieron ir de lo más actual a lo más clásico. Comenzaron con “Malum”, de Daemon, y luego le siguió “Bad Blood”.
Attila es un gran showman. Cada porción de performance que entrega al público la hace desde lo más profundo de su ser y la audiencia responde con gritos efervescentes. La mística de quienes conocen la banda está en sus giros en torno a la muerte y el cantante se encarga de acrecentar esa esencia con gestos de disparos con metralleta a las cabezas de los espectadores. Las guitarras se sincronizan y se complementan como si fueran un mismo cuerpo dividido en dos personas que recubren al bajista en un gesto de veneración. Los riffs pesados buscan acalambrar a Necrobutcher, que con mucha resistencia no se deja vencer y lo da todo.
El black metal noruego está en casa y todas esas leyendas transmitidas por generaciones, y en algunos casos evidencias, se hacen presentes esta noche en el escenario de Groove. Las referencias a la muerte aparecieron de forma incesante en las visuales, con huesos, cruces, calaveras, cráneos, cementerios y jeringas que se proyectaban sobre la pantalla y reforzaban la oscuridad del ambiente.
Se tomaron unos instantes para descansar mientras se proyectaron la primera grabación de la noche, un micro de no más de dos minutos en donde se muestran varias imágenes viejas de recitales con la formación original y un audio de Euronymous haciendo referencia a la calidad del disco que pretendía sacar y al tiempo necesario para lograrlo, así podía diferenciarse de “las bandas que sacan cosas por sacar”. De alguna forma parecía que los huesos que poseía Attila en sus manos fueran referencia al líder de la banda que ya no forma parte de este plano y pretendían, de alguna forma, honrarlo. Inmediatamente sonaron temas de sus primeros discos Deathcrush (1987) y De Mysteriis Dom Sathanas (1994).
Luego de casi cuarenta minutos de recital, el calor en la sala ya era evidente y la banda lo dejaba ver, aunque nada de eso afectaba la velocidad rítmica que sostenían sin aflojar. Attila dejó a un lado los huesitos y tomó una soga, un elemento cargado de simbolismo dentro del imaginario de la banda. La levantó con un gesto lento y calculado, mostrando el lazo como si se tratara de un artefacto ritual que anticipara un final intenso. Y sí, era de esperarse, llegó el momento de que suene “My Death”, mientras de fondo se seguían proyectando más cruces de las que se pueden observar en los cementerios. El sonidista y el iluminador realizaron un gran trabajo ayudando a la ambientación de la actuación de la banda.
Todo iba en ascenso y un pequeño espacio instrumental dio lugar a uno de los momentos más fuertes de la noche, donde las guitarras rodearon al bajo y formaron una comunión casi fantasmal en la que luego se incorporaría el cantante. Para todo esto, el batero seguía prácticamente sin respirar. Es bueno haciendo su parte y lo sabe, no escatima en modestia.
Pasada una hora de espectáculo, los integrantes abandonaron el escenario para proyectar el segundo video de la noche, uno que mostró escenas grabadas con cámaras VHS del momento en que incendiaron Fantoft, la famosa iglesia de madera de Noruega. Tras esas imágenes, el quinteto regresó a continuar su performance. Todos lucían unas túnicas negras como simbología de la muerte, mientras al cantante se agregó un traje de esqueleto que lo hacía ver como un muerto en vida. En ese preciso instante las personas invocaron a Dead, icónico vocalista que estaba obsesionado con la muerte hasta que finalmente logró su objetivo, suicidarse. El público gritaba fuertemente su nombre y de alguna manera estuvo presente esa noche. La selección de canciones largas fue ideal para el gusto del público que para esa hora ya estaba inmerso en el espectáculo. Todavía no sabían que la sorpresa estaba por venir.
El showman se acercó al cráneo que había decidido sumar a la escena y lo deslizó sobre el micrófono hasta que pareció quedar adherido a su rostro. La túnica oscura lo envolvía y, en conjunto, daba la impresión de que un muerto vivo cantaba frente al público. Fue una imagen fantasmagórica, cargada de un pulso experimental que intensificó todavía más la tensión en la sala. La banda sostuvo la atmósfera desde atrás, casi sin hacerse notar, como si todo el foco debiera estar en ese ritual extraño e hipnótico. El cráneo se volvió parte del micrófono y el cantante se ocultó detrás de él, dando la sensación de que la voz provenía directamente de esa cabeza inerte, como si ambos compartieran un mismo cuerpo.
Como si todo el espectáculo no hubiese sido suficiente, el recital por los 40 años de la banda no podía terminar ahí. Los músicos se retiraron del escenario y los técnicos lo reformularon agregando otra disposición a los tachos de la batería y sumando un micrófono de pie. Necrobutcher volvió a escena. El micro estaba muy alto, pero no era azaroso: presentaría a los invitados especiales que le dieron el broche de oro al show, Manheim a.k.a Kjetil Manheim, y Eirik Norheim, más conocido como Messiah. El baterista fue miembro original de la banda, mientras que el cantante fue parte hacia 1986.
El cierre fue épico e inesperado. La banda no escatimó en show llevando a miembros originales de gira con ellos. El espectáculo fue inolvidable para su público y la banda demostró que, más allá de las historias que empapan a Mayhem, siempre se reinventaron y siguieron adelante haciendo lo que mejor saben hacer: música.
Por Micaela Perez Carrizo
PH: Cuervo Deth






