
Desde que Barney Greenway pisó el escenario quedó claro que él y la banda venían a brindar pura intensidad. En sus movimientos tan característicos de una especie de mosh unipersonal hay algo más que performance, es todo lo que representan como grupo. El mismo impulso que sostiene sus letras marcadas por la crítica social aparece en la forma en que se apropian del escenario y del lugar que los albergue por la noche. Como país nos encontramos en tiempos donde la apatía política parece expandirse como una bruma, por lo que ver a un hombre de 50 y tantos entregar el cuerpo de esa manera en pos de una parada filosófica así, genera un pequeño sacudón interno.
Pero antes que eso, desde Brasil y desde la escena local, Manger Cadavre y MediuM hicieron su parte. Manger Cadavre, veteranos del crust-death surgidos en São José dos Campos en 2011, se presentaron con una trayectoria conducida por letras radicales sobre clasismo y control social. MediuM, por su lado, se mueve entre el death y el metal extremo, con una formación integrada por nombres ya conocidos como Federico Ramos Mejía, Ramiro Gutiérrez, Sebastián Barrionuevo y Axel Keller. Su presencia funcionó como un puente entre la escena argentina y el metal extremo internacional. Ambas bandas armaron una antesala coherente para lo que vendría, un arco que va de lo emergente a lo histórico, sostenido en la misma actitud contestataria, el mismo cuestionamiento y la misma furia que definieron toda la noche.
El setlist de Napalm Death recorrió casi toda su historia. Una de las grandes ventajas de que sus canciones sean de corta duración es que se permiten atravesar casi todos sus discos sin sonar a repaso infinito. “Multinational Corporations, Part II”, “Silence Is Deafening” y “Smash a Single Digit” fueron los temas que más definieron el carácter del show. Los clásicos como “Suffer the Children”, “Scum” y “The World Keeps Turning” convivieron con piezas como “Resentment Always Simmers” o “Amoral” que en vivo adquieren un peso que el estudio no siempre logra reflejar. No hay nostalgia en la forma en que Napalm Death toca su propio catálogo. Por lo contrario, hay continuidad, una línea de pensamiento que no necesita actualizarse cada pocas semanas para seguir vigente.
Greenway sigue siendo un fenómeno escénico difícil de describir: entra, corre, se retuerce, parece poseído. Danny Herrera sostiene todo con una batería que no se afloja nunca, y John Cooke mantiene las guitarras evitando toda prolijidad innecesaria. La ausencia de Shane Embury se sintió, pero no disminuyó la solidez en el bajo gracias a su reemplazo Matt Sheridan. Napalm Death tiene una capacidad particular para seguir funcionando incluso cuando falta un engranaje; aún con cambios de alineación, la identidad siempre permaneció intacta.
Bandas como estas funcionan como un recordatorio de por qué este tipo de música caótica o extrema sigue teniendo un lugar cultural concreto. No porque representen un enfoque ideológico único, aunque su militancia antiautoritaria y anticorporativa es bien conocida, sino porque convierten el acto mismo de tocar en vivo en una forma de intervención. El viernes pasado en Uniclub no hubo discursos largos ni bajadas de línea elaboradas. Bastó con el grado de convicción con el que ejecutaron cada tema y pocas palabras fueron necesarias para construir, entre todos, una respuesta posible al clima nefasto que atraviesa hoy Argentina.
El mosh o pogo, o más bien festejo, fue ininterrumpido. También lleno de risas, nada une más a este público que la ansiedad por escuchar “You Suffer” aunque dure sólo dos segundos. Uno de los momentos más fuertes de la noche llegó antes del cover de Dead Kennedys, “Nazi Punks Fuck Off”. Barney se tomó el tiempo de hablar en español, con esfuerzo visible, para remarcar que no apoyar posturas excluyentes no es un slogan ni una pose. La conexión se dio sin traducciones complejas. La propuesta de Napalm Death es transparente: denunciar la extrema derecha, señalar las lógicas de opresión y defender un humanismo que no necesita suavizar el mensaje. En un país y región donde el neoliberalismo ocupa espacios de poder con absoluta tranquilidad, escuchar estos discursos desde un escenario y ver a jóvenes de veinte años celebrar y acompañar desaforadamente esa posición da un poco de aire. El aplauso general, en cada caso, no fue de provocación barata, sino de reconocimiento. Hay un público que aunque sea en estos espacios acotados sigue resistiendo, y en buenahora permanecen bandas como Napalm Death que lo potencian. Gritar en contra de política de odio en un boliche de Once un viernes a la noche, aunque no cambie una ley, sin dudas, sí cambia el ánimo.
Aunque su sonido parece destinado a un grupo reducido, Napalm Death tiene una presencia cultural mucho más amplia de lo que se esperaría. Sus temas aparecieron en series como Skins, en soundtracks de películas y videojuegos donde su crudeza funciona como un código estético inmediato. No es azaroso, la banda encarna una forma de violencia sonora que el audiovisual usa como atajo cuando necesita representar caos, urgencia o disenso. Ese recorrido lateral, casi accidental, demuestra algo interesante. Incluso quienes no escuchan metal extremo pueden haberse cruzado con la banda sin saberlo. Su lugar en la cultura pop es la afirmación de que hay ideas que encuentran caminos inesperados para filtrarse porque son inevitables.
Más allá de la perspectiva ideológica, más allá del ruido, hay una certeza. Es una banda que logra mantener un vínculo fuerte con el público. Nos visitan seguido, y ojalá sigan haciéndolo. A fin de cuentas, vienen para que no olvidemos que la música es, también, un espacio de pensamiento, de resistencia y de construcción. Sobre todo, en ésta época, que se invite a gritar contra el fascismo con humor, con rabia y con una alegría inexplicable, fue, aunque sea por un rato, no menos que emocionante.
Por Sofi Alvarez
PH: Cuervo Deth









