
El virtuoso músico sueco, considerado por muchos ‘el Dios de la guitarra’, volvió a la Argentina para presentar “Spellbound”, su trabajo de estudio más reciente. Yngwie Malmsteen siempre sorprende, de una u otra manera. Aunque su fuerte, a esta altura, no es justamente la originalidad – nunca ha sabido reinventarse -, sus hazañas en las seis cuerdas son siempre una buena excusa para verlo en vivo. Todos saben qué verán, y aun así, salen sorprendidos. Su velocidad, su técnica, sus piruetas y contorsiones, convierten a Malmsteen en un show en sí mismo.
Esta nueva visita a nuestro país, además del indiscutible talento técnico – y de algunos clásicos que hicieron recordar con melancolía su otrora talento musical -, dejó algunas perlitas dignas de mención. Malmsteen salió a escena temprano, antes de las 21:00, frente a un Teatro de Flores literalmente repleto, y luego de que los locales Arpehgy hicieran entrar en calor a la exaltada concurrencia. Primera perla: la programación oficial anunciaba, además, a Instinto Salvaje como los encargados de abrir la noche. Vaya a saber uno por qué, la banda fue dada de baja por decisión expresa del guitarrista (hay versiones que dicen que quería tocar e irse temprano).
La disposición del escenario también daría de que hablar: una exagerada aunque esperable oda a sí mismo: sus quince cajas Marshall y más de veinte cabezales ocupaban, literalmente, 2/3 del escenario, mientras que bajo, teclados y batería se apiñaban en el tercio restante. Yngwie rompió el silencio con un clásico de clásicos: la apertura con una bomba como ‘Rising Force’ prometía una noche explosiva. Sin embargo, conforme la lista avanzó, la expectativa fue acomodándose a algo mucho más parco por la ausencia de varios infaltables: ‘Spellbound’, ‘Damnation Game’, el combo ‘Overture / From a Thousand Cuts / Arpeggios From Hell’, ‘Never Die’. El show, de una fuerte impronta instrumental, continuaría con ‘homenajes’ a dos de sus más indiscutidas influencias: Bach tendría su lugar con ‘Badineire’. Paganini, por su parte, se asomaría a través de la preciosa versión malmsteeniana del ‘Adagio’. Inmediatamente llegaría lo que, sin dudas, sería una de las partes más festejadas de la velada: el demoledor megaclásico instrumental ‘Far Beyond The Sun’, seguido por un breve sólo de guitarra acústica que decantaría por su propio peso en la hermosísima ‘Dreaming (Tell Me)’, en una extraña versión que incluiría hasta un pequeño guiño reggae.
Inmediatamente después el agresivo y oscuro ‘Back To Valhalla’, ‘Baroque & Roll’, y el desastre: hacia el final del tema, un zapato volaba y daba de lleno en la cabeza del guitarrista. Claramente ofuscado, pero cumpliendo con su deber, Yngwie continuaría la pieza hasta el final, para salir luego de escena no sin antes hablar al oído del bajista Ciavollino, encargado de transmitir el nefasto mensaje: El show no continuaría hasta que el responsable del certero disparo fuese sacado del recinto. Los minutos morían, los ánimos caldeaban. El público, secundando al artista que aún no volvía, reclamaba – no de la manera más cordial – al responsable de la absurda agresión. “Hace 17 años que espero esto, y un boludo no me lo va a venir a cagar”, decía desesperado un seguidor del virtuoso guitarrista, mientras otros avanzaban a los empujones hacia las primeras filas con la intención de linchar al primer sujeto que encontraran con un sólo zapato.
Diez o quince minutos más tarde, sin noticias del responsable y cuando muchos daban el show por finalizado, Yngwie volvió para apurar el resto de canciones. A una acotada versión de la genial ‘Trilogy Suite Op. 5′ la seguirían dos aburridísimas incursiones instrumentales: ‘Blue’ (un intento de blues más ruidoso que musical) y ‘Fugue’. Patrick Johansson quedaría sólo para dar una densa demostración de sus habilidades detrás de los parches. Lo suyo no son los solos. A pocos minutos del cierre, el gran arsenal del músico seguía sin ser aprovechado. Quedaban dos canciones, las elecciones tenían que ser correctas. Una definitivamente lo fue: la ochentosa y festejada ‘Heaven Tonight’ sería la elegida para cerrar parcialmente el concierto. Luego de unos instantes, la banda volvería para dar el batacazo final con ‘I’ll See The Light Tonight’. Y nada más hasta la próxima.
Si bien en términos estrictamente musicales el show fue impecable – con algunos deslices que no hacen diferencia -, con una arrolladora interpretación tanto del protagonista como de sus tres coequipers (Nick Marino en voz y teclado, Ralph Ciavollino en bajo y Patrick Johansson en batería) y un sonido sin dudas aplastante, el setlist dejó un sabor semi-amargo: muchas ausencias inesperadas: ‘Black Star’, ‘You Don’t Remember, I’ll Never Forget’, ‘Crying’, más, mucho más de Rising Force, Oddysey, Trilogy, Marching Out. Yngwie Malmsteen siempre sorprende. De una manera u otra. Quizás, sólo quizás, ya sería hora de que esa sorpresa vuelva a llegar de la mano de la composición de grandes canciones.
Galería de Fotos:
Cobertura: Victor Spinelli
Fotografías: Pablo Gándara
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